#26 Vietnam - Cu Chi y Phan Rang




Cruzar la frontera de Vietnam ya fue un augurio de cómo serían los 15 días que pasamos allí: el oficial fue amable, no nos puso ninguna traba y en menos de 5 minutos estábamos listos para empezar la aventura vietnamita. Y es que, si bien íbamos preparadxs para encontrarnos con esa cara del país que la mayoría de turistas y blogs advierten (estafas, precios desorbitados y enfados por negarte a pagar lo que te piden) nuestra experiencia fue diametralmente opuesta. 

Después de caminar un rato para alejarnos de la zona fronteriza, paramos delante de un restaurante y nos dispusimos a escribir nuestro ya indispensable cartel para hacer autostop. Esta vez podíamos escribirlo nosotrxs (previa traducción del inglés al vietnamita por un usuario de couchsurfing), ya que utilizan el mismo abecedario pero con millones y trillones de extrañas tildes. 


Nuestro querido cartel y un amable taxista que nos llevó sin cobrarnos.

Otro amable taxista que nos llevó sin cobrar.

Después de escribir el texto y llevar unos minutos dudando sobre cada letra para saber cómo acentuarla, un local me hizo un “andá pallá boba” al más puro estilo de Messi, y escribió los acentos en un santiamén y sin pestañear. Gracias amigo, no lo tomaré como mansplaining porque no tenía ni idea de cómo hacerlo. Una vez finalizada la obra de arte nos dispusimos a hacer dedo, esta vez costó más de 1 hora y finalmente nos llevó un autobús local que accedió a hacerlo sin cobrarnos gracias a la explicación de la dueña del restaurante, que además, nos invitó a agua y bebida energizante -que no nos pudimos tomar por lo dulce que estaba-. Si bien este fue uno de los ratos más largos de todo el viaje, sería el único, ya que Vietnam compite con llevarse la pole position con Tailandia en lo que al autostop se refiere: no tardan más de 5 minutos de media en parar y están encantados de llevarnos, incluso desviándose varios kilómetros de sus destinos para dejarnos en el nuestro. Además, nos regalan aguas y otras bebidas o incluso un amable motorista/vendedor de helados frenó al vernos caminando por la ruta a pleno sol para regalarnos dos refrescantes polos de alguna extraña fruta asiática. Entre amables conductores y otrxs locales que amenizaron la travesía llegamos a los túneles de Cu Chi. 


Los majos que se desviaron 40km para llevarnos a Cu Chi.

La llegada fue frustrante ya que la encargada de vender las entradas se negaba en rotundo a ofrecernos un lugar donde dejar nuestras pesadas mochilas y pretendía que visitáramos el lugar con los más de 13kg extras colgados de nuestras espaldas. Finalmente y tras ver nuestra decepción, enfado y mis lagrimillas de frustración por no poder creer que, habiendo llegado hasta allí (los amables locales que nos llevaron se desviaron más de 40km de su destino!), no íbamos a ver los túneles… uno de los trabajadores de seguridad se ablandó y nos permitió dejarlas en su cabina. Y así, sin el peso de las mochilas pero con el de la frustración todavía colgando de nuestras espaldas, empezamos la visita. Por suerte pudimos transmutar esa emoción rápidamente al ver la gran obra de las guerrillas vietnamitas. Los túneles fueron construidos para combatir a los estadounidenses con su ingenio inigualable a pesar de su supuesta inferioridad en términos bélicos. Construyeron más de 200 kilómetros de túneles con diferentes niveles, ventilación, agujeros camuflados por donde disparar, salas de reuniones, cocinas, hospitales y demás infraestructura para sobrevivir a los ataques enemigos y contraatacar con astucia. 



Agujeros de ventilación. 

Los túneles, a los que pudimos acceder, no son aptos para claustrofóbicos ni medias de estatura occidental. ¡Al día siguiente tenía agujetas en los cuádriceps de caminar de cuclillas! Además de estos laberintos subterráneos, también vimos ejemplos de las diferentes trampas que los guerrilleros del Viet Cong utilizaban para cazar norteamericanos. Sí, cazar literalmente, ya que antes de la guerra la mayoría de estas se utilizaban para cazar animales. 






Después de la interesante visita y de llenar nuestros famélicos estómagos, un amable camionero nos llevó hasta su ciudad natal y así emprendimos camino hacia el norte. Como en este país sólo teníamos 15 días de visa gratuita decidimos ir sobre la marcha y ver hasta dónde podíamos llegar (a sabiendas, por lo extenso del territorio, que no llegaríamos al norte). Y con el dedo como fiel compañero seguimos avanzando kilómetros hasta llegar a Phan Rang de “casualidad” (se hacía de noche y ese era el destino de la última familia que nos levantó). Así que decidimos mirar si había anfitriones de Couchsurfing y ¡bingo! Encontramos el perfil de una lugareña que amablemente aceptó hospedarnos dos noches (o todas las que nos quisiéramos quedar). 


En el templo con Hoang, su hija Kim, Trung y su hijo Matthew.


Tortilla en casa de Hoang.

La familia casi al completo (la hija de Hoang estaba en la escuela y el abuelo había ido al templo).

Recogiendo cocos en el terreno de la familia.


Compartimos dos inolvidables días con esta familia: Hoang y Trung, dos hermanas con unx hijx cada una, y los padres de ellas, todxs muy bonitas personas. Compartimos comidas típicas vietnamitas, hicimos una tortilla de patatas y les dimos a probar un mate (la tortilla les encantó, el mate no tanto… aquí la bebida amarga por excelencia es el café pero se edulcora con bien de azúcar y/o leche condensada). También visitamos un par de templos pero sobre todo, lo que más hicimos tanto Chipi como yo, fue jugar con el hijo de Trung, un despierto y divertido peque de 3 años con una sonrisa que nos enamoraba en cada interacción. Después del tiempo compartido, las hermanas nos llevaron al punto donde les pedimos para seguir nuestro camino a dedo. No tardó más de 5 minutos en parar  Bac, un peluquero vietnamita (que tiene más de 15 salones repartidos por el país) y que, debido a una discusión con su esposa, estaba yendo de Ho Chi Minh -donde vive- a su ciudad natal, Hanoi. Así que compartimos muchas horas y kilómetros, ya que a nosotres nos iba genial subir todo lo que pudiéramos. Si algo nos llevamos de los vietnamitas en general y de Bac en particular es su gran sentido del humor. Este simpático conductor nos regaló muchas risas, sin duda la que más nos sorprendió fue cuando Chipi le dijo que era argentino, a lo que él, como el 99% de los asiáticos, respondió ¡Messi Messi! Pero lo aliñó con un “andá pallá bobo” que primero no entendíamos por el marcado acento pero que Chipi consiguió descifrar cuando nos dijo algo así como: lo que Messi dijo en el mundial. No pudimos reírnos más, bueno sí, aún nos reímos más cuando, después de encontrar el segundo control policial en pocos kilómetros, nuestro amigo nos expresó que “no le gustaba la policia”, a lo que respondimos que a nosotrxs tampoco, y muy vivo él les dedicó un “andá pallá bobo, very very bobo!”. Os podéis imaginar el estallido de la grada ante tal jugadón… y así, entre risas y también cansancio fueron pasando las horas. Hicimos noche en una ciudad llamada Da Nang, y al día siguiente aún seguimos hasta Hue con nuestro amigo peluquero. Ahí nos separamos, no sin antes agradecerle su gran amabilidad y el tiempo compartido (más de 700km). Y aquí nos separamos también de lxs lectorxs -por unos días- hasta que colguemos el siguiente escrito. Un abrazo familia y gracias por leernos ♥️


El gran Bac, alias “andá pallá bobo”.



Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

#16 Tailandia - Nakhom Sawan, Lampang y Chiang Mai

#30- Filipinas / Palawan

#31 Borneo