#16 Tailandia - Nakhom Sawan, Lampang y Chiang Mai


Después de la intensidad de la ciudad con el nombre más largo del mundo, decidimos emprender la ruta hacia el norte, con destino Chiang Mai pero sin prisas ni grandes pretensiones. Llegaríamos a donde el dedo nos llevara. Agarramos un autobús local y dos metros para salir de la metropolis y empezamos a parar coches como ya os hemos explicado en otras entradas. No tardó en parar una mujer muy preocupada por nuestra seguridad que no sólo nos llevó hasta el punto donde ella se desviaba sino que también intentó conseguirnos el siguiente coche. Paró en una estación de servicio y le pidió a otra mujer que iba en esa dirección que nos llevara, la segunda no lo veía claro, y mientras nosotres intentábamos decirle a la primera que no se preocupara que ya llegaría un coche que nos quisiera llevar, interpretamos por su lenguaje corporal -ya que lo hablaron todo en tailandés- que la otra mujer ¡le pedía dinero por llevarnos! Y ella, con toda su bondad, se planteaba pagarle pero el precio le parecía excesivo. Inmediatamente al entender la situación le insistimos en que estaríamos bien, intercambiamos Facebooks para escribirle cuando llegáramos como si de nuestras propias madres se tratara, y seguimos. Al poco nos recogía una chica tailandesa muy simpática que casi se alegró más ella que nosotres de que nuestro destino fuera su ciudad natal: Suphan Buri. No sólo nos llevó hasta allí sino que también nos acercó a un puesto de comida (previo tour por las calles de la misma) donde probamos el mejor Pad Tai hasta el momento -y más barato-. 




A pesar de no poder hablar demasiado por su poco inglés y nuestro nulo tailandés, le preguntamos su religión y al decirnos que era budista le dijimos que nos gustaba. Eso y su gran amabilidad fueron suficientes para llevarnos a un templo (este, a diferencia de la mayoría que hemos visitado, no era para el turismo sino un templo muy real para los locales). Allí pudimos participar del pequeño ritual que ella, nuestra maestra por un rato, nos mostró. Primero agarramos una flor, unos papeles, una vela y unos sahumerios. Los prendimos y nos arrodillamos frente a una de las estatuas de Buda, después dejamos los inciensos clavados en un lugar destinado a eso, la vela en otro, y descubrimos que dentro de los papeles había pequeños papelitos dorados para pegarle a la estatua. Era como si le entregáramos nuestra luz a Buda y así él podía brillar. Como me dijo Chipi, su luz se la dan sus fieles. Fue muy bonito. Después llegó la hora de despedirnos de nuestra amiga, no sin antes intercambiar selfies y cuentas de Instagram, y seguimos. Nos dejó en un lugar de la ruta que no era del todo bueno así que decidimos caminar unos metros en busca del buen sitio. No hizo falta, mientras caminábamos paró un hombre muy amable que se ofreció a acercarnos hasta el siguiente pueblo. Al poco de iniciar el tramo paró a comprarnos unas castañas típicas tailandesas que fueron un buen entretenimiento mientras charlábamos aprovechando que hablaba inglés. Inciso importante: un rato antes hablábamos Chipi y yo de comprobar la hospitalidad de los tailandeses y bromeábamos pidiendo cosas que queríamos que se hicieran realidad (tipo de coche que nos llevara, destino, comida,…), y empezamos a ver que varias cosas se iban cumpliendo, pero eso no iba a ser todo… En fin, nos despedimos del majo y empezamos a parar coches de nuevo. Aquí unos adolescentes en sus scooters se ofrecieron a llevarnos, pero era inviable con nuestras grandes mochilas. Finalmente paró una joven pareja que iba a la ciudad que nos habíamos propuesto, Nakhom Sawan, y viajamos por más de una hora en su camioneta, desde la cual vimos una preciosa puesta de sol y la brillante luna llena en el lado opuesto. Pura magia. Una vez en el destino y con un lugar para dormir nos dispusimos a buscar dónde cenar. Al ser una ciudad nada turística todo estaba en tailandés y nos decidimos por un restaurante en el que tenían algún cartel en inglés. Dentro, una atmósfera enrarecida, solo dos mesas ocupadas, una de varias personas celebrando un cumpleaños y otra con dos parejas, todes comiendo y bebiendo bastante. Y muchas camareras, como cuatro o cinco, que además de servir también iban bebiendo cerveza y demás bebidas alcohólicas. Y aquí inicia uno de los episodios más surrealistas que hemos vivido en este viaje: uno de los chicos de la mesa de las parejas se fija en nosotres, nos sonríe y al cabo de unos minutos la camarera nos dice que ese chico nos invitaba a una cerveza. Nosotres, que no solemos beber, esa noche habíamos decidido pedir una cerveza así que con la del chico ya iban a ser dos (hablamos de botellas de 750ml). Al rato se nos acerca para brindar, feliz de conocernos, nos da la bienvenida a Tailandia y nos dice que quiere que experimentemos la hospitalidad tailandesa -¿recordáis el inciso no?-, por eso nos invitaba a la cerveza. Cuando se va, Chipi bromea “podría invitarnos a la cena en vez de a otra cerveza”. Dicho y hecho, la siguiente vez que se levanta (cada vez más perjudicado por el alcohol), nos dice que todo corre por su cuenta y que nos ha pedido unas alitas de pollo. Pudimos ver el momento exacto en el que se le partía el borracho corazoncito al decirle que no comíamos carne. Tanto que retiramos lo dicho y le dijimos que adelante con las alitas. Comimos carne, bebimos más cerveza de la que solemos y decidimos huir haciendo la croqueta cuando se disponían a abrir la tercera botella, antes de que la cosa se pusiera aún más rara y descubriéramos, qué sé yo, que el personaje que nos invitaba traficaba con órganos y quería nuestros riñones… nos fuimos riendo todo el camino al hotel pero también siendo conscientes de cómo creamos nuestra realidad con lo que decimos. 


El pintoresco restaurante, el joven que nos invitaba, la ingente cantidad de camareras y los del cumpleaños.


Al día siguiente, sin resaca pero con la risa por lo vivido la noche anterior, nos propusimos hacer un trecho más con el mismo objetivo, seguir acercándonos a Chiang Mai. 


      Chipi haciendo dedo en Nokham Sawan


Esta vez el dedo tardó en salir pero al final nos recogió un chico que, a pesar de ir en la otra dirección, se ofreció a acercarnos a otro punto donde pensamos que sería más fácil que pararan. Una vez ahí “pedimos” que el coche que parara nos llevara hasta el destino sin tener que cambiar: no fue sólo eso sino que nos fuimos con él hasta Lampang, que era mucho más lejos de lo que nos habíamos propuesto ese día. Y él, que se llamaba Noeng, era un bombero de metro noventa, con brazos musculosos y tatuados, que todo lo que tenía de grande lo tenía de servicial, sonriente y amable. Cuánta bondad desprendían sus ojos cuando nos decía “I help you for free”, tratando de transmitirnos en un básico inglés que nos llevaría sin cobrar. Después de 3 horas de viaje con él, compartiendo charlas simples y profundas a la vez (Chipi más que yo, que iba sentada detrás echando alguna que otra cabezadita) llegamos a su ciudad. Allí nos llevó a un hostel bien de precio pero al despedirnos nos dijo que nos quería llevar a cenar. Fuimos a un restaurante repleto de locales, donde comimos delicioso y, para seguir comprobando la hospitalidad tailandesa, no pagamos ni un baht, ya que cuando sacamos la cartera para pagar Noeng nos repitió “I take care of you”, que se traduce como “yo os cuido” pero era su manera de decirnos que invitaba él. Tan sonriente como al principio nos decía que éramos amigos y nos transmitía la felicidad que sentía. Pero ahí quedó nuestra bonita y fugaz amistad, ya que, si bien intercambiamos teléfonos, después de dejarnos en el hostel esa noche, no ha respondido a nuestros mensajes… fue perfecto tal y como fue. Gracias amigo. 


     Con Noeng, el bombero-osito de peluche


Después de pasar la noche en Lampang nos despertamos temprano y nos fuimos de camino a la estación para acabar el viaje hacia nuestro destino final en tren de tercera clase, ya que era algo que nos apetecía experimentar. Disfrutamos de los paisajes en un rudimentario convoy con las ventanas abiertas, percibiendo el olor del campo y las bonitas vistas de la Tailandia rural, la real. Y así llegamos a la ciudad norteña por excelencia: Chiang Mai. Gracias vida y gracias camino.


Aprovecho para desear a todas las bonitas personas que nos leen felices fiestas, yo este año y por primera vez pasaré la Navidad con temperaturas de verano, Chipi ya está más acostumbrado a eso… Feliz Navidad familia ♥️

Comentarios

  1. Feliz navidad amiguis!! Por fin me puse al dia!!! Un placer leer todo,?el buceo, los encuentros, la city y su vibra y la fantastica ley de la atraccion trabajando para vosotros!! Un besote!!!!!

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