#19 Laos - Huay Xai y Luang Prabang


La luna en el Mekong


Sabaidee!!! (Hola en lao). Después de pasar los últimos días por el norte de Tailandia, acercándonos cada vez algo más a la frontera, llegó el día de cruzarla. Esta vez, un poquito más sabias gracias al aprendizaje vivencial del viaje, dedicamos ratitos de los días previos a transitar el pequeño “duelito” -o así lo llamamos nosotrxs- de dejar un país y cruzar al siguiente. Con Malasia-Tailandia lo vivimos más inesperada e intensamente, Tailandia-Laos resultó ser más suave gracias a esta preparación (que no fue más que ir hablando de cambios que notaríamos, cómo nos podrían hacer sentir, compartir inquietudes e informarnos un poco sobre el nuevo país). Y con la facilidad con la que cruzamos el río Mekong -frontera natural entre Tailandia y Laos- en autobús, a través de un puente que une ambos estados, nos plantamos en el país de “al Laos”. 

Una de las últimas familias que nos ayudó a acercarnos a la frontera aún en Tailandia.


Primer laosiano que nos ayudó a escribir el cartel para hacer dedo.

Las primeras comprobaciones, además de que no hay 7elevens (el famoso supermercado 24 horas que tanto nos salvaba en Malasia y Tailandia) fueron que efectivamente la huella de la colonización francesa se observaba a cada paso en forma de carteles en el idioma colonizador, croissants y baguettes. Eso y que nuestro cerebro tenía que acostumbrarse una vez más a un idioma y moneda diferentes, esta vez con la pequeña complicación (para mí más que para Chipi, acostumbrado al volátil valor del peso argentino) de que no hay monedas y todos los billetes tienen muchos zeros. Para que os hagáis una idea, 100000 kip son unos 6€, así que cuando sacamos efectivo del cajero somos millonarios. Además, todos los billetes tienen un tamaño parecido y, si bien en alguna esquina tienen escrito su valor en números occidentales, algunos sólo lo tienen por una de las dos caras. Cortocircuito cerebral cada vez que pago algo, tanto que a veces los locales -o Chipi- me agarran el billete antes de que yo descubra cuál necesito para pagarles. Trabajando mi paciencia, la de Chipi y la del mundo allá a donde voy… 


        

                       Clarita la cuenta, no?

Y volviendo a los croissants, a pesar de que estoy totalmente en contra de las barbaridades cometidas por el imperialismo, tengo que reconocer que mi estómago bailaba cada vez que veía uno en un escaparate. No obstante, el primero que probamos fue decepcionante. La travesía que eligen la mayoría de viajerxs -y también nosotres- para ir desde la ciudad fronteriza en el norte hasta Luang Prabang es a través del río Mekong, en unos barquitos llamados “slow boats” porque navegan bastante lento. 


A orillas del Mekong, donde no hay muelles, las pequeñas canoas se atracan con cañas de bambú.


Los “slow boats” también son hogar de la tripulación.


Nuestros asientos de autobús dentro del barco, esto sí que es “upcycling”.


Como decía, los “slow boats” navegan tan lento que es necesario parar a hacer noche en un pequeño pueblo a la orilla del río que sólo conoce el turismo de 18h a 8h (cuando desembarcan y vuelven a embarcar). Cuando llega la marabunta el pueblo se llena de gente ofreciendo sus servicios -hoteles, comida, etc.- y el resto del día hacen vida normal (lo comprobamos porque decidimos quedarnos dos noches en lugar de pegarnos la paliza de dos días seguidos más de 8h en el incómodo barquito). La mañana que pasamos allí decidimos dar la bienvenida al 2023 con un mate y unas “faturitas” (para lxs catalanxs, pastas de pastelería). El mate no decepcionó, pero el croissant estaba seco e insípido. Suerte que en Luang Prabang, la perlita y orgullo de todo francés porque parece un trocito de ese país incrustado a la fuerza en el Sudeste asiático, pudimos comer uno en condiciones, caliente y crujiente. 



                 Puesta de sol en el Mekong.

En Luang Prabang pasamos varios días, los dos primeros en un hostel bastante agradable y limpio pero compartiendo habitación con varios enfermos de gripe o similar que pensamos que acabaríamos cayendo también (pero no, nuestro sistema inmune no defrauda). También compartimos un divertido rato matutino con una rata que se coló en la habitación. Intentamos invitarla a irse abriendo la puerta para que siguiera su ruta por el lugar pero no la convencimos. Así que decidimos irnos, total, ya dormíamos con 8 seres más, no venía de hacerle hueco a otro y tan pequeñito… A la vuelta se había ido, pero nos dejó un recuerdo en forma de agujero en la bolsa de la comida, aunque los cacahuetes que encontró no parecieron ser apetecibles. Sharing is caring (compartir es cuidar), no importa la especie. Los siguientes días los pasamos en casa de un anfitrión de Couchsurfing, con él y varios viajeros más. Jaypee, que así se llama, es Filipino, y convive con un estudiante laosiano llamado Kong, además, en esos días acogían también a un viajero andaluz, Luís, y otro turco, Gek. Pequeño inciso para aclarar que en todas las entradas la mayoría de nombres los escribimos como nos parece, ya que no confirmamos con sus portadores cómo se deletrean… Volviendo al tiempo compartido con Jaypee y sus amigos, pasamos unos días conociendo algo más la historia de vida de nuestro anfitrión, costumbres y curiosidades laosianas y turcas con Kong y Gek, e hicimos buenas migas con el granaíno Luís, con el que posiblemente nos reencontremos en el futuro. Enfermero de vocación y, a pesar de declararse amante de su profesión, decidió dar un giro de 180 grados a su vida laboral después de sufrir la pandemia trabajando en precarios hospitales públicos españoles, y ahora es feliz como instructor de buceo en Bali. Nos habló muy bien de las bonitas inmersiones que podemos hacer allí así que es más que probable que lo contactemos cuando lleguemos a esa zona. Además de socializar también exploramos la ciudad, nos jugamos la vida cada día para ir de casa de Jaypee al centro pasando por el puente de la muerte: un puente de madera sólo apto para peatones, bicis y motocicletas, que parecía caerse a trozos a cada paso que dabas, y la caída no era poca…



Alternativa -sólo para peatones y de pago- al puente de la muerte. Nuestra  pasión por la aventura y racanería nos hizo escoger siempre el otro.

También exploramos sus tiendas y mercados, para comprobar cómo los locales habían transmutado el horrible dato de ser el país más bombardeado del mundo y ahora hacen pequeños recuerdos y souvenirs con el metal de las bombas para que los turistas, algunos originarios de los países culpables de los bombardeos, se lleven de vuelta sus explosivos. Nos parece justo y original a partes iguales. 



           Comprad “de vuelta” vuestras bombas!


Chipi aprovechó para hacerse con un sombrero que usan los autóctonos en la zona rural y le viene de fábula para las horas soleadas de autostop y caminatas, además de emocionarse por haber encontrado, después de mucho buscar, mantequilla de cacahuete. 





Esos días también disfrutamos de dos encuentros mágicos y especiales, uno con un bebote que de tanto jugar con Chipi quiso incluso comerse su arroz frito… y nosotrxs casi nos lo comemos de tanto expandirnos el corazón.




                 Cuánto amor en una mirada…♥️

El otro encuentro especial fue con los Vikingos. Y os preguntaréis quiénes son? Pues una pareja compuesta por un holandés y una danesa con la que conectamos en nuestro viaje en barco pero con los que sólo intercambiamos buena vibra y energía. El universo quiso reunirnos otra vez a la salida de un templo en Luang Prabang y aquí sí decidimos intercambiar contactos para reencontrarnos en el siguiente punto del mapa: Vang Vieng. Nuestras aventuras para llegar hasta allí y lo que nos aportó ese maravilloso lugar… en la siguiente entrada. Khop chai lai lai!! (Muchas gracias en lao).

Chipi negociando en el mercado de Luang Prabang.

Comentarios

  1. Que bé li cau a chipi el barret Lao-Tsé g “ho escric com em plau” 🤣🤣

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