#09 Malasia - Cameron Highlands

 
Después de los días hogareños de descanso en casa de Cathy agarramos un bus rumbo a Cameron Highlands, un lugar muy diferente a todo lo que habíamos visto hasta ahora debido a su altura (1500m) y con un clima más fresco que, dicho sea de paso, nos apetecía bastante después de tanto calor y humedad pegajosa. El camino, como ya nos habían advertido, era cuesta arriba y con muchas curvas (unos 40km ni más ni menos), de esas tan estrechas que el conductor del bus pitaba antes de entrar en las más cerradas ya que si venía otro en la otra dirección, no cabíamos. Pero por suerte ni Chipi ni yo sufrimos de mareos así que todo bien. Todo bien salvo por un pequeño detalle… me meaba mucho. Mucho. Y cuanto más subíamos, más me meaba. Y más curvas, y mi vejiga a punto de explotar. ¿Por qué? Porque si hay algo que me ha inculcado este maravilloso compañero argentino con el que viajo ha sido que en los largos trayectos -y en los no tan largos- hay que tomar mate. Y a mí me encanta, siempre que viajamos en coche tomamos mate y paramos todas las veces que haga falta… pero el cuento cambia cuando el transporte es público y el conductor decide la frecuencia de las paradas. Nota mental: no tomar mate en los trayectos largos en autobús. Cuando llegamos y desbebimos, nos pusimos a buscar alojamiento y exploramos un poco para decidir qué hacer al día siguiente. Nuestro alojamiento fue el más barato de la zona y aún nos permitimos regatear unos pocos ringuit a Emma, la risueña mujer que llevaba el negocio. Después de conseguir una habitación con balcón y baño privado por el precio de una pequeña, sin ventana y baño compartido, Emma se reía con Chipi intentando rebajarle 5 ringuits más. No coló, pero el negocio estaba hecho. 



El plan trazado para los dos días posteriores fue hacer un trekking por la selva el primer día y el segundo alquilaríamos una moto que Emma nos dejaba por muy buen precio para recorrer las otras atracciones del lugar. El paseo por la selva fue entretenido y duro a partes iguales, la subida fue intensa y nos encontramos a una viajera que a (pre)juzgar por el outfit (rimmel en las pestañas y ropa de fitness) era de las que lleva maleta con rueditas y hace pocos trekkings. Ni bien empezamos a subir ya se paró y nos dijo “too hard”, la dejamos atrás pero nos alegró cruzárnosla a las horas en el pueblo. Y es que el hecho de aborrecer a la burguesía turística no hace que le deseemos ningún mal. Pero ¡qué viva la lucha de la clase trabajadora, también en el viaje! Fin de la cita. Los 3 daneses con sus bambas de ciudad y suela plana tampoco lo debieron disfrutar en vista de las manchas marrones de sus ropas, y es que el terreno era traicionero: en pendiente y barro húmedo, un paraíso para la vegetación y una trampa mortal para unas Vans urbanas. 



Para nosotres también fue intenso pero el paisaje merecía la pena y llegamos hasta el final, donde se encontraba la carretera principal desde donde queríamos volver a dedo. Dicho y hecho, el primer coche que vimos era de un local que parecía estar revisando algo de una obra en la carretera. Usamos el viejo truco de preguntarle cómo ir hasta el pueblo -aunque ya sabíamos cuál era el camino-, nos indicó y a los 5 minutos de echar a andar bajaba con su pickup y nos ofrecía llevarnos. Por la noche comimos deliciosa comida india (pero bastante más cara que lo que veníamos pagando) y nos acostamos temprano para recargar pilas. 



La mañana siguiente nos recibía con un sol resplandeciente y nos motorizamos. Como la zona es famosa por sus extensas plantaciones de te el plan era visitar una de ellas junto con alguna granja de fresas, abejas y/o cactus para llenar el día. La plantación de te fue una visita interesante, montañas llenas de arbustos cuyas hojas más tiernas eran cosechadas con rudimentarias tijeras de podar con dos trozos de plástico que las envolvían por los laterales y así iban recolectando las hojas que cortaban. Después de todo el proceso de fermentación y secado, esas hojas se convertían en las conocidas bolsitas de te que tanto se consumen en innumerables lugares del mundo. Evidentemente Chipi no podía dejar de preguntarse si entre tanto te también plantarían algo de mate, la respuesta también era evidente: no. 



La visita al resto de lugares no tuvo nada a destacar salvo la buena pinta que tenían los enormes fresones que no nos dejaron recolectar porque el mínimo para poder hacerlo era medio kilo a precio de oro. La opción B que no nos sedujo pero nos conformó era probar las fresas que nos vendieron -previa degustación in situ- escogidas por ellos, sabrosas, pero no tanto como las que hubiéramos elegido nosotres. Lo más destacable y especial de ese día son las risas que Chipi me arrancó con la moto y su sentido del humor, parafraseando pero reconvirtiendo la frase de un famoso locutor argentino dedicada al Dios del fútbol, que en Cameron Highlands no arranca por la derecha sino por la izquierda ya que en Malasia se conduce por ese lado (legado de los colonizadores ingleses). A la vuelta, la rutina de cierre: preparar mochilas y ver cómo llegar al próximo destino…


Comentarios

  1. Hermosa experiencia
    Abrazo

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  2. Que bonito!! Esque mira que pintarse de rimel para ir a andar jejeje

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    1. Jajaja grande! Qué guay que comentes amiga, pensamos mucho en vosotrxs ♥️

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