#29 Filipinas - Cebu, Boracay, Carabao y Mindoro


¿Ya pensabais que habíamos vuelto a casa? ¡Pues no! Aquí seguimos filipineando por las Filipinas. Después de unas semanas por estas islas le estamos dando la vuelta a nuestras primeras percepciones (probablemente algo sesgadas por el cansancio sumado al duelito por dejar Vietnam que fue una perla en el camino). Estamos teniendo experiencias bonitas haciendo autostop, conociendo gente abierta a ayudarnos o a hablar con Chipi de la NBA (es el primer país en el que cuando dice que es argentino le responden Ginobili en vez de Messi Messi!) y disfrutando de paisajes increíbles. 

Jacob, un bebote que se enamoró de Chipi y el flechazo fue mutuo…

Básquet everywhere bro!


Locales que cuando nos recogen no dan abasto haciendo videollamadas para que todo el mundo nos vea…

Con la comida seguimos sin acabar de reconciliarnos pero eso hace que nos cocinemos más frecuentemente -bendito camping gas y momento en el que decidimos traerlo- y podamos evitar, al menos en algunas comidas, el insípido y pegajoso arroz blanco en el que basan su dieta los locales.

Tortang talong, plato típico filipino acompañado del indispensable arroz blanco.

Marinero haciendo su rutina de trabajo más entretenida.

Como ya os contábamos en nuestra primera entrada sobre este país, la movilidad es algo más compleja, o cuanto menos, diferente, ya que son 7000 islas y tenemos que ir decidiendo la ruta por mar -o aire en algún caso- y teniendo en cuenta que no hay barcos cada día. Pero ya hemos recorrido varias islas y sumado interesantes experiencias en cada una de ellas. 

Salir de Manila fue fácil, sólo había que ir “to recto”.


Después de Manila volamos a Cebu, el aeropuerto está al norte y ahí empezamos a hacer dedo para bajar hacia el suroeste donde está Moalboal, nuestra primera parada. Pasamos unos días allí disfrutando de sus playas de arena blanca y aguas cristalinas e hicimos snorkel entre millones de sardinas. Sí sí, millones, habéis leído bien: hay una zona costera de arrecife de coral y protegida en la que viven muchos cardúmenes enormes de sardinas de todos los tamaños, cada uno de ellos formados por miles de ejemplares. Fue impresionante nadar entre ellas. También estuvimos a escasos centímetros de una tortuga marina -la más grande que he visto y de más cerca- que nos aceleró las pulsaciones y nos hizo soltar unas burbujas de sonrisa bajo el agua. En Moalboal ambas especies están totalmente acostumbradas a la compañía humana y hacen vida normal mientras nadas entre ellas. Bueno, “vida normal” más bien, porque lo triste del caso -siempre hay una cara B- es que ambas especies están allí de manera permanente porque los humanos las alimentan para poder lucrarse con las actividades turísticas que ofrecen. Esto nos parece inmoral por lo que vivimos: grandes grupos de torpes turistas que en algunos casos ni saben nadar (sí, vale, es inclusivo y accesible para más gente, pero seguid leyendo…) se meten al agua con chalecos salvavidas y gafas de buceo, acompañados de guías locales que cuando encuentran una tortuga empiezan a rodearla y a hacer fotos bajo el agua de todos y cada uno de los turistas. Y os preguntaréis ¿cómo se hunden para sacarse la foto si llevan el chaleco? Muy fácil, uno de los guías se pone detrás, cuenta hasta 3 y con las manos apoyadas en la espalda del susodicho lo empuja hacia el fondo, casi poniéndolo encima de la tortuga que de tan acostumbrada sigue comiendo por el arrecife, y el otro guía, situado delante del animal, hace la foto. Un triste espectáculo. Las sardinas, a mi parecer, no sufren tanto el acoso al ser grandes cardúmenes que se van moviendo y apartando de las hordas de gente, pero lo peor del caso es que estas prácticas modifican el comportamiento de los animales de manera que dejan de migrar, de buscar comida y dependen absolutamente del ser humano… De hecho en otra parte de Filipinas se hace lo mismo con el tiburón ballena, y muchas asociaciones animalistas advierten que en pocas generaciones esos animales ya no sabrán orientarse para migrar porque su conducta, instintiva y milenaria, está siendo modificada por estas prácticas. En fin, el ser humano todopoderoso y su capacidad para generar desastres allá a donde va. Por suerte en otros lugares del mundo, y también en Filipinas, se respeta la vida marina y lo hemos podido comprobar haciendo algunas inmersiones de buceo en las que hemos visto mucha biodiversidad pero con la condición que más nos resuena (aunque a veces pueda ser algo frustrante): si hay suerte veremos X y si no, otra vez será. 


El hermoso ser que se quedó un trocito de mi corazón en Moalboal.

White beach, Moalboal.



Siguiendo con la ruta, después de dejar Moalboal cruzamos a la isla de al lado, Negros, y de ésta a la siguiente, Illoillo, combinando ferrys, dedo y autobuses. Desde el norte de la última agarramos un ferry, después de pagar desorbitadas tasas ambientales, tasas de terminal y tasas de “hola turista/viajero, ayúdame a mantener a los tropecientos funcionarios de gobierno que tenemos repartidos por todo Filipinas cuyo trabajo es estar sentados en grupo en zonas fronterizas o donde veamos que podemos colocarlos mirando el móvil o jugando a las cartas”. Lo de los trabajadores públicos es algo que nos sorprende, probablemente en todos los coches que nos han llevado a dedo, si eran locales, alguno o varios pasajeros trabajan para el estado. Esperamos que la mayoría ejerzan para mejorar la calidad de vida de la gente y que nuestra percepción de que no dan palo al agua esté sesgada… Y que las altas tasas sean para proteger el lugar del turismo masivo y poco ético y no como fuente de ingresos para fomentarlo. En fin, después de dejarnos los ahorros en el puerto llegamos a Boracay, una suerte de Miami filipino a donde llegan cientos de turistas asiáticos a pagar altos precios por hoteles, comidas y actividades recreacionales tales como cayac (aunque el que rema es el guía y ellos sólo se preocupan por salir bien en las fotos), paracaídas tirados por lanchas motoras, ver el atardecer desde caros viajes en velero, vuelos en helicóptero y todo lo que os podáis imaginar. 


Vistas desde nuestro caro hotel en Boracay…


Nos quedamos 3 días y huimos haciendo la croqueta hacia la isla de encima, Carabao, un lugar con las mismas playas y paisajes pero mucho más local y nada turística. Allí pasamos una semana, descansando, disfrutando de la tranquilidad de playas solitarias y caminatas para movernos de un lado a otro. 


Los hogares de la parte rural de Carabao.

Un mate en la playa, placeres de la vida…



Chipi aprovechó para jugar a básquet en la cancha donde se reúnen a diario los locales y conoció a un chico que nos invitó a comer a su casa. El menú sospechábamos que sería cárnico, pero como de costumbre apelamos a nuestro agradecimiento por la hospitalidad por encima de nuestro vegetarianismo y flexibilizamos, una vez más, nuestra dieta. Esta vez costó, sobre todo a mí, ya que el menú era arroz blanco insípido y pollo hervido. Pero el pollo entero, patas y pico incluidos en la olla. Chipi acabó con un muslo con deditos y uñitas en el plato y yo me libré diciendo que comería del suyo porque había desayunado mucho. Uffff no sabéis lo tiesa que estaba esa carne, era de gallina vieja seguro. Aunque nuestro anfitrión nos dijo que era uno de sus gallos de pelea, que cuando no sirven para esa tarea van a la cazuela. También eso podría explicar la dureza de la carne, ya que los entrenan a diario para que estén fuertes y musculosos. Es algo en lo que Chipi pudo profundizar cuando nuestro amigo se lo llevó a enseñarle a sus ejemplares. Le explicó que él, como muchísimos filipinos (lo comprobamos a diario viendo jardines repletos de gallos), cría gallos para venderlos a los que se dedican a las peleas. Un ejemplar puede costar desde 10€ el más barato hasta 500€ los mejores. Un cruel negocio, pero rentable. 



Jardines repletos de gallos de pelea, todos atados de una pata porque, según nuestro amigo, si estuvieran sueltos se matarían…


Mientras tanto yo hablaba con una de las mujeres de la familia, enfermera en el hospital de la isla, que me explicaba que muchas adolescentes se quedan embarazadas a edades muy tempranas, que el aborto es ilegal (esperable teniendo en cuenta que el divorcio también lo es) y que aunque en el hospital reparten preservativos supuestamente, no los van a buscar por desconocimiento o vergüenza. Al acabar estas charlas nos invitaron al cumpleaños de una de las niñas de la familia, que se celebraba en una playa donde pasamos el resto de la tarde rechazando cochinillo a la brasa y alcohol pero compartiendo con niñxs y adolescentes juegos y risas. También conocimos al alcalde del lugar, a prejuzgar por lo poco que hablamos, un cacique apoltronado en su silla que se jacta de amar lo que hace: servir a su pueblo. 


Som, el amigo que nos invitó a compartir con su familia.

Clase de malabares…



Después de los días en Carabao tocó colgarse las mochilas una vez más y cruzar hacia Tablas (isla al norte de Carabao), para llegar a Mindoro, nuestra siguiente parada en el puzzle isleño. Allí aprovechamos, por fin, para volver a bucear. Las inmersiones más éticas de las que hablaba en un párrafo anterior las hicimos concretamente en Puerto Galera, al norte de la isla. Además, fue emocionante reencontrarse con el buceo después de no haberlo hecho desde que hicimos el curso en Tailandia. Vimos morenas, todo tipo de corales de colores, un pequeño barco hundido y gran variedad de peces de diferentes colores, formas y tamaños. Nos encantó y dio ganas de más, así que el próximo destino decidimos que sería Coron, una isla en la que el atractivo es visitar barcos japoneses hundidos de la llGM. Todo un espectáculo que os explicaremos en nuestra próxima entrada… gracias por leernos y seguir ahí después de 6 meses! Namaste 🙏🏾 


Acampando en Puerto Galera, Mindoro.


Comentarios

  1. El capità del catamarà te un “Puente de mando” magnífic 🤣🤣

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