#24 Koh Rong Sanloem



Aunque la foto no haga justicia, esta familia nos reventó el corazón de amor.

Bienvenidxs a una nueva publicación de sus escritores amateur y viajerxs aventureros.

El dedo nos dejó a un par de kilómetros del puerto donde debíamos agarrar el barco rumbo a la isla, motivo por el cual cargamos las mochilas a la espalda y empezamos a caminar, cuando estábamos a unos 500 mts (nada para un caminante de ciudad fría pero algo para dos caracoles con 20kg extras y 34 grados de temperatura) se paró a nuestro lado una camioneta-taxi preguntándonos si nos dirigíamos hacia el puerto y que nos llevaba porque el barco estaba próximo a irse. Un minuto después y sin saber si nos cobraría o no, nos dejó en la empresa que vendía los pasajes de barco, al preguntar por el destino que habíamos visto en el mapa, nos contestaron una negativa y que debíamos ir a la siguiente empresa. Tras girarnos el hombre que aún presenciaba la secuencia insistió que nos volvamos a subir a su camioneta para ir a la siguiente vendedora, subimos nuestras cuatro mochilas y nuestros dos cuerpos pero lo más gracioso de la anécdota estaba por llegar. Prendió su camioneta, hizo literalmente menos de 10 metros hasta la siguiente entrada y volvió a frenar, ese sí era el destino. Nos miramos incrédulos de que nos haya hecho subir con todo el equipaje por esa mísera distancia, pero así fue. 

Nos despedimos de nuestro amigo sin necesidad de pagarle nada y esperamos a la hora que salía nuestro barco. Aprovechamos para comprar ida y vuelta pero al informarnos los horarios nos llevamos la sorpresa. Las posibilidades para regresar eran a las 6:30 am o 3:30 pm. Al enterarse Fabienne no dudó en afirmar que volveríamos por la tarde (spoiler alert: no sería así). Como intimidad les contamos que Fabienne siempre es quien quiere dormir o quedarse un rato más en la cama y yo el maniático madrugador que quiere comenzar el día más temprano para que el dedo esté bendecido 😳 porque “Al que madruga Dios lo ayuda” no? 

Para terminar con la parafernalia religiosa les contamos que llegamos tras el atardecer a la playa donde pasaríamos los siguientes 10 días, un parón necesario para quienes viajan por largo tiempo y buscamos aventuras diferentes a las turísticas habituales. En esa playa se encontraba un gran árbol en medio y detrás como escondiéndose la casa de invitados donde habíamos reservado nuestra primer noche. Seiha es su nombre en honor al hijo del matrimonio local que nos regalaría hermosos momentos. Subimos unas escaleras de cemento a la vista y caminamos por un pasillo angosto rodeadxs de paredes blancas, el hombre que nos guiaba abrió el candado oxidado por la salitre y la puerta dejo ver una habitación con dos camas dobles. Pronto la cerró y nos condujo hacia el final del pasillo donde se podía ver el mar y abrió la segunda puerta. Aquí había solo una cama doble pero la magia estaba en la vista matutina que imaginamos. Dudamos poco y le transmitimos al buen hombre que nos quedaríamos con esta última, a lo que accedió con una sonrisa porque si les faltaba algo era hablar inglés pero lo compensaban con creces con su amabilidad y bondad. Así fue como tras probar la cama, a la mañana siguiente le pagamos por más noches y terminaríamos quedándonos los 10 días con ellos. 



Un atardecer y un mate en el paraíso.



Probamos cada lugar de comidas del lugar, vimos posiblemente el mejor atardecer de nuestras vidas, hicimos yoga y snorkel, disfrutamos de la playa y las vistas y la luna llena pero no fue hasta el último día que pudimos comernos la frutilla del postre. Cuando decidimos venir a esta isla encontramos que era un lugar único en el mundo para ver la bioluminiscencia, ese plancton usualmente azul que sale en muchas fotos pero que solo pocxs tienen la suerte de ver. Supuestamente tiene que ser una playa sin luces y sin luna para poder verlo. Así fue que pasaron los días y cada vez que lo intentamos no éramos capaces de verlo. Pero la última noche una mujer española con su compañero indio nos insistieron para ir al lugar donde lo habían encontrado. Nos pusimos las sandalias y pese a tener que madrugar al día siguiente salimos en busca de la maravilla natural. Caminamos unos 15 minutos y llegamos a una playa completamente oscura. Nos metimos en el agua y ella nos aconsejaba arrastrar los pies y movernos con fuerza, le hicimos caso pero no funcionaba, hasta que de repente empezamos a ver las pequeñas luces verdes que parecían chispas de fuego en medio del mar, y así fue aumentando hasta poder ver nuestros pies completamente iluminados y rodeados del plancton luminoso, la alegría de cuando niñxs nos invadió tras finalmente conseguir la ansiada recompensa tras varios intentos fallidos, para mi en tres continentes. Pero la tercera fue la vencida. 



No se veía la bioluminiscencia pero esta vista no estaba nada mal.

La mujer nos contó que hace unos diez años cuando la isla estaba mucho menos explotada (aún está muy poco explotada) se podía observar desde los balcones y sin necesidad de moverse en el agua, pero los locales quemaron toneladas de basura a orillas del mar y eso lo terminó por reducir simplemente a esta playa solitaria donde no llega la acción humana. 

Con la misión cumplida nos fuimos a dormir para al día siguiente irnos en nuestro barco, no sin antes hacernos esta foto con la hermosa familia que maneja el establecimiento. Que tan feliz nos hizo con sus hermosas sonrisas y su adorable hijo de 4 años que nos ablandó el corazón de amor en cada interacción que tuvimos con él. 

A la mañana siguiente y con todo el amor recibido por este lugar salimos rumbo a nuestro siguiente destino Siem Reap. 

Como bien saben, viajamos a dedo por lo que cubrir los 600 km que nos separaban de esta ciudad sería imposible en un día, por lo que lo tomamos con calma y sin fecha de llegada. Solo teníamos presente que no queríamos visitar los templos en fin de semana por lo que tendríamos que llegar el jueves a más tardar (salimos el martes 6:30am).

Al llegar con el barco, desayunar y encontrar un lugar para comenzar el dedo seguiría nuestra línea de conducta, el primero en parar fue un tuk-tuk a los pocos minutos de espera que nos ofreció llevarnos gratis a un lugar mejor para hacer dedo, de esa manera se convirtió en el 3 transportista que vive de eso y nos llevaba con el autostop gratis. Camboya tiene un récord difícil de alcanzar en esa categoría. 



Un día más en la oficina.

Tras esperar un rato más y cerca de las diez de la mañana pararon un grupo de hombres que nos llevarían unos 50 km en la caja de su camioneta. 

Al dejarnos estábamos al pie de la única autopista de Camboya, que une Sihanoukville con Phnom Pehn (capital del país). 

Fue en este momento cuando empezamos a percibir lo centralizado que está el país, nosotrxs que ya habíamos estado 5 larguísimos días en la ciudad no necesitábamos más pero el siguiente auto que frenó tenía ese destino y como eran 150 km no podíamos negarle la oportunidad. Y aunque no lo crean, era otro taxi que nos recogía para llevarnos gratis esa distancia. El cuarto de momento que renunciaba a un espacio en su coche para levantarnos. 

Paramos cerca del mediodía a las afueras de la ciudad y continuamos parando motorizados para seguir avanzando en nuestro destino. Tras varios intentos fallidos tiramos la toalla y nos fuimos a comer al restaurante que estaba a nuestras espaldas. Pedimos unos noodles a lo que respondió que el precio era 4,50 dólares, mi cara seguida de un “no no” debe haber sensibilizado al dueño del lugar. Estamos acostumbrados a que por ser turistas nos cobren un poco más por la comida o el alojamiento y en cierta manera lo entendemos, pero habitualmente ese plato nos cuesta 1,25 dólares por lo que era 3 veces y media más caro de lo normal. Como teníamos hambre y teníamos que comer algo, me aseguré que sea lo suficientemente grande para compartir y pedí uno para los dos. 

El plato que llegó a la mesa era muy grande y nos alcanzó para llenarnos a ambxs. Al momento de pagar se acercó el dueño del lugar a quien nos había atendido y le ordenó no cobrar el plato. No sabemos muy bien si fue mi reacción desmesurada o nuestra pinta que sensibilizó la solidaridad de ese hombre, de cualquier manera agradecimos el gesto y volvimos a nuestra labor. 

Cerca de las 16hs nos recogió Sokun, un local con un nivel de inglés aceptable que nos llevó otros 50km y nos explicó varias cosas de su país que aún no conocíamos.



Nuestro amigo Sokun dejándonos en Udong.


Hicimos noche en un pequeño pueblito rutero y a la mañana siguiente continuamos nuestro camino, el objetivo del día era Battambang, una ciudad poco turística pero muy auténtica según habíamos escuchado.

La primer camioneta nos transportó por unos 30 km y cuando frenaron se aseguraron rápidamente de encontrar un nuevo transportista para nosotrxs, fue otro taxi el desafortunado en parar, le explicaron como viajábamos y accedió a llevarnos pero al abrir la puerta nos dimos cuenta que ya había otrxs 6 pasajerxs dentro, nos empujamos con calzador para entrar y arrancó. Íbamos todxs tan incomodxs que pese que su destino era el mismo que el nuestro, renunciamos por primera vez en todo el viaje por el bien y la comodidad de todxs lxs presentes. 

Pronto llegaría otro coche, con este último iríamos a comer y hablaríamos largo y tendido acerca de cómo vemos su país, de cómo nos sentimos viajando por acá y demás preguntas interesantes que se le ocurrieron al corredor de seguros y su tímida compañera de trabajo que no acabamos de descubrir si eran pareja o no. 

El próximo fue quien finalmente nos dejó en nuestro destino tras un camino bastante poceado en la caja de su camioneta. 



Al llegar a Battambang descubrimos que realmente no había ningún gran imperdible y decidimos continuar ruta al día siguiente con destino a Siem Reap, la ciudad de los templos. 

Unas 12hs después y tras otro chequeo dermatológico encima, ya estábamos en ruta, primero nos recogió un trabajador de la Heineken, que no, no nos invitó cervezas pero fue sumamente amable. Pero el próximo sería la frutilla del postre. 

Un abogado en su moderno coche que se dirigía hacia el mismo destino que nosotrxs. Fuimos conversando de varias cosas pero lo más sorprendente se hizo esperar. Cuando nos faltaban poco más de 15 kilómetros dejó ver su faceta encubierta… Abogado de día pero rapero de noche. Nos puso rap a alto volumen en una mezcla de khemer e inglés que insultaba a todxs sin discriminar, nosotrxs incrédulos de tal acontecimiento solo tuvimos la idea de grabar para el recuerdo semejante episodio. 

Así el abogado raper nos dejó en nuestro alojamiento y continuó su camino a casa con todo el flow que podía derrochar. 



Pero hasta acá llega este nuevo escrito, para enterarse de nuestra experiencia en la obra arquitectónica religiosa más grande del planeta tendrán que esperar al próximo. 

Gracias por llegar hasta aquí y seguir acompañando nuestros pasos. 

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