#23 Camboya - Frontera y Phnom Penh



De vuelta a la ruta!

Llegó el día de cruzar la frontera de Laos con Camboya, y aunque esta entrada la escribo yo (Fabienne), os dejo con un escrito de Chipi que le sirvió para descargar la frustración después de la experiencia fronteriza:

“Camboya y la frontera más corrupta que haya cruzado: Acabamos de cruzar la frontera de Laos con Camboya. La frustración y el enojo me invaden. Primero en el lado de Laos nos inventaron en la cara, después de levantarse de la ronda de té, un impuesto de 2 dólares a cada uno. Algo corrupto pero vaya y pase, pero la real decepción fue al llegar a Camboya. Nos condujeron a comenzar el proceso de visa que oficialmente era de 30 dólares estadounidenses, completamos el formulario de rigor y nos acercamos al “puesto de atención”, una mesa y una silla con un talonario sobre la mesa. Nos comunicaron que la visa era de 38 dólares y se llevaron nuestros pasaportes sin pedirlos. Mientras esperábamos a que regresen y ya sabiendo que nos habían estafado 16 dólares, el tipo abre el talonario (de una empresa de transporte de estas que su nombre termina en travel) y nos comunica que teníamos que comprar un ticket para el autobús, sí, el hasta ahora oficial de migraciones se acaba de convertir en vendedor de viajes. Le decimos que no, que vamos a ir caminando, a lo que se niega y nos dice que por ser turistas debemos viajar en autobús, el precio hasta la siguiente ciudad (a 40km) son 10 dólares por persona, nos dice. Y así, de repente, nos habían cobrado 18 dólares más a cada unx sin comerla ni beberla. Incrédulos ante esta situación sacamos el dinero y llegaría la situación más increíble de todas, el supuesto oficial saca de su billetera personal el cambio para devolvernos, sí, no es un error, están leyendo bien, el tipo guardó los 200 dólares en su billetera y nos dio el cambio a los tickets del autobús y la visa de su bolsillo. Todo esto sumado al maltrato de cada uno de los siguientes pasos pero que esto ya nos parece más o menos normal por parte de la policía de migraciones de cada país. Este es el lado B que nunca se cuenta de los viajes y es tan real como el disfrute del resto. Insultaría a la corrupta policía pero los que nos acaban de robar ni siquiera eran policías y eso ya es el insulto más grande que se les puede atribuir.”


Y después de esto, aún hubo más frustraciones… la minivan que se suponía nos iba a dejar en la ruta para poder seguir a dedo nos acabó llevando a una zona céntrica desde la que había que caminar más de 5km para llegar al punto que queríamos. Nos tuvieron más de 2h esperando, diciendo que nos llevarían, para finalmente decirnos que fuéramos caminando o en taxi. Ese rato nos sirvió para comprobar que todo el entramado estaba “atado y bien atado” -como la transición- ya que el dueño de la compañía de transportes que nos obligó a comprar el billete  también regentaba el único restaurante de la zona donde todos los turistas acababan comiendo mientras esperaban la siguiente minivan, y que el susodicho también timaba a los ingenuos turistas vendiéndoles billetes de barco y autobús incluso para el país de al lado. Un mafioso en toda regla que vimos claro en ningún momento tuvo intención de ayudarnos. Nosotrxs no estamos acostumbradxs a esta cara del viaje ya que al insistir en salir del circuito turístico nos encontramos con mucha más frecuencia gente local encantada de ayudarte más que de sacarte el dinero. Pero entendemos que eso sea lo que intenten los que trabajan en este sector, como en cualquier parte del mundo, con más o menos honestidad pero haciendo lo que hacemos todxs para sobrevivir en el sistema capitalista: cobrar por nuestro trabajo. En fin, podéis imaginar la frustración y enfado máximos, que no es lo mejor para empezar en un nuevo país ya que te hace desconfiar de lo que vendrá. Por suerte, a partir de aquí, el resto fueron experiencias bonitas y enriquecedoras. Conseguimos nuestro ya indispensable cartel para hacer dedo en el idioma local gracias a Couchsurfing y la amable familia del hostel donde dormimos. Conocimos a una curiosa pareja -marido alemán y mujer camboyana- que regenta un restaurante donde comimos y desayunamos muy bien, acompañadxs de las batallitas del señor alemán al que apodamos “Ballaballa” (expresion típica alemana para describir a alguien que está un poco fuera de la norma, o que hace cosas raras, que está un poquito más “payá que pacá” que dirían en España). Este señor usaba constantemente esta expresión para hablar de personas que se cruzaban en su camino, sin parar en la cuenta de que quizá él era un claro ejemplo de esa misma expresión por su peculiar manera de ser e interactuar. En cualquier caso, al ver que nos hacía tanta gracia que usara esa expresión, sumado a que hablara más rato en alemán que en inglés (Chipi se perdía pero yo le iba traduciendo las divertidas anécdotas), pareció estar encantado de entretenernos y reirse con nosotrxs. La mujer, que lo daba por caso perdido, también se reía aunque a ratos parecía estar un poco harta de su “ballaballa”. 


Comando de adolescentes en la misión de ayudarnos.


Ayudando a Chipi a explicarle al conductor lo que hacíamos.


Las bonitas que nos trajeron agua fresquita.


Después de estos encuentros mucho más agradables nos dispusimos a estrenar el dedo para salir de esa ciudad e ir a nuestro siguiente destino: Siem Reap. El episodio fue entretenido ya que al hacerlo en una zona bastante céntrica que resultó estar cerca de un instituto, nos rodeó un comando de adolescentes con mucha predisposición a entender qué hacíamos y ayudar. Acabaron parando coches con nosotrxs y explicando a los conductores lo que pretendíamos, además de traernos agua fresca para combatir el calor. Al rato paró un coche que se ofreció a llevarnos muy cerca de nuestro destino. Fue un viaje interesante con un empresario adinerado, su hermano y socio, y el chófer. Él, además de empresario y padre de familia, había sido monje budista por un mes, en una especie de retiro espiritual que decidió hacer en mitad de su carrera para gestionar el estrés que le supone su trabajo. Su hermano, con un pícaro sentido del humor que a veces se traducía en sonrisas y complicidad y otras en cara de estar un poco harto de nuestra presencia, nos hizo reír y desconcertar a partes iguales. Pero estuvimos muy a gusto, tanto, que modificamos nuestra ruta y aprovechamos para ir con ellos hasta Phnom Penh, la capital del país, y hacer ahí nuestra primera parada de varios días.


El empresario, su pícaro hermano con gorra y el amable chófer.



Allí aprovechamos para ir a un par de médicos, yo me revisé la vista después de la cirugía refractiva que me hice en septiembre y Chipi unas picadas/ronchas que hacía más de un mes y medio que le molestaban. Lo mío estaba todo bien, lo de Chipi resultó ser un simpático parásito que se encuentra en la arena de las playas pero que con un par de pastillas y una crema se fue, llevándose los intensos picores con él, a las pocas horas de visitarse con el dermatólogo. Y encima, nuestro barato seguro de viaje resultó no ser tan inútil como creíamos y nos cubrió las dos visitas. 


En Phnom Penh pasamos varios días en casa de Erik, un anfitrión de Couchsurfing andaluz pero que hace tanto que vive y trabaja por el mundo que tiene más acento extranjero que del sur de España. Visitamos un templo que nos recomendó Erik, no por la belleza del mismo si no por poder observar a los buceros bicornis, unos enormes pájaros con grandes picos parecidos a un tucán, que viven en los alrededores del templo. 


Uno de los buceros bicornis que vimos.


Bucero bicornis de google para los vagos que no lo buscaréis…


También fuimos a uno de los lugares imperdibles: el museo del genocidio de los Jemeres Rojos liderado por Pol Pot. Este es un episodio de la historia reciente de Camboya que mucha gente de fuera desconoce -nosotrxs también hasta que vinimos- y que es atroz y traumática, como todos los episodios parecidos. En resumen, a mediados de los 70 un grupo reducido de camboyanos con ideología supuestamente comunista liberaron al país del maltrato estadounidense y sus bombardeos por la guerra de Vietnam, pero ya de paso sometieron a la población de manera violenta e inhumana. Su idea inicial era derrocar las ciudades y que toda la población volviera a la vida rural, abolir el dinero, volver al intercambio y destruir el sistema de clases. La teoría no estaba mal, pero como de costumbre, en la práctica resultó que el fin no podía justificar los medios de ninguna manera. Mataron a más del 25% de la población camboyana, crearon campos de trabajo forzado, torturaron y asesinaron a todo el que parecía sospechoso de disidencia (se acabaron matando entre ellos también), acabaron con intelectuales y sus familias, religiosos, en fin, una barbaridad. El museo que visitamos era, antes del genocidio, un instituto, que se convirtió en centro de interrogación y tortura de presos. Las historias, fotografías, habitaciones, utensilios de tortura y energía que se sentía en ese lugar hicieron que se nos revolviera el estómago y la conciencia. Una vez más el ser humano demostró ser capaz de cometer los actos más macabros en nombre de una ideología que nada tuvo que ver con lo que escribieran Marx y Engels en su manifiesto… si bien en este lado del mundo tuvo más repercusión el comunismo de Mao, que se caracteriza por desconfiar de la cultura y los prefesionales con formación, la religión y la urbanidad porque en las ciudades se concentran las clases adineradas que explotan a la clase trabajadora, ninguna ideología, por más sentido que tenga lo que teoriza sobre el papel, justifica la matanza que se perpetró en Camboya. Y es algo tan reciente que es una sociedad con Trastorno de Estrés Postraumático, algo que suele arrastrar de por vida toda persona expuesta a un evento traumático, y aún así son gente que se ha repuesto de lo sucedido y son amables y confiados con los desconocidos, al menos en nuestra experiencia. No obstante, hay quién dice que son suspicaces y que les cuesta sonreír, algo que entenderíamos perfectamente conociendo su terrible historia pero que no hemos experimentado personalmente. 


Erik, nuestro anfitrión en Phnom Penh, y nuestro amado cartel para hacer dedo.


Una vez recuperados del mal cuerpo que se nos quedó tras la visita al museo y de descansar algunos días en casa de Erik, salimos de la capital a dedo con un señor que decía trabajar para el ministerio de justicia pero que no acabamos de entender si era abogado o funcionario porque no hablaba demasiado inglés. Después de que nos invitara a comer, nos dejó en la entrada de la autopista por donde pasan muchos coches en dirección a la ciudad costera a dónde queríamos llegar para agarrar el barco que nos llevara a una pequeña isla. La mayoría de coches que van hacia allí son taxis de múltiples pasajeros, y es uno de estos el que paró. Intentamos explicar que viajábamos haciendo autostop y que, de tener que pagar, preferiríamos seguir esperando, y el conductor asentía mientras ya nos estaba subiendo las mochilas al coche. No lo veíamos nada claro, nos parecía extraño que nos quisiera llevar sin cobrar siendo ese su trabajo… pero así fue, creemos que nos levantó porque iba a ir igualmente a ese destino cobrando del resto y le sobraban dos sitios así que hizo su buena obra del día. Sorprendentemente este no iba a ser el último taxista camboyano que nos llevara gratis a algún lugar y a eso nos referimos cuando estamos más acostumbrados a que la gente nos ayude amablemente a que nos intente timar… pero en la diversidad de situaciones está el aprendizaje así que vivimos agradecidos de todo lo que nos va aconteciendo. Como también agradecemos que nos leáis y acompañéis en este maravilloso episodio de nuestras vidas y os invito a leer el siguiente relato si queréis conocer una bonita isla paradisíaca camboyana. Namaste 🙏🏾


El señor abogado/funcionario del ministerio de defensa.




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