#20 Laos - Vang Vieng y Vientiane

Después de unos días en Luang Prabang tocó poner a prueba el dedo en Laos, ya que hasta allí, como ya sabéis, llegamos en barco. Nuestra última mañana en casa de Jeypee nos levantamos temprano y nos fuimos dirección al punto estratégico en la ruta con el cartel y el escrito que nos hicieron. Al cabo de un rato de intentar parar coches constatamos que las cortísimas esperas de Tailandia aquí quizá incrementarían un poco la media. Después comprobaríamos que esto lo compensarían algunas amables laosianas sacándonos botellas de agua y sillas en varios de los puntos donde hemos hecho autostop. No obstante, no esperamos más de 40 minutos y ya nos habían levantado dos simpáticos laosianos. Más adelante nos levantó un camionero y su compañera, con quienes viajamos hasta el destino final: Vang Vieng. 



Fue un viaje lleno de aventuras, en primer lugar porque ni él ni su compa hablaban nada de inglés, segundo porque la ruta era cuesta arriba y con muchas curvas y agujeros, y tercero porque más de dos horas en ese camión iban a dar para mucho. El idioma no fue problema, nos entendimos con señas, sonrisas y un poco de traductor. Recuerdo un momento muy divertido en el que Chipi, intentando decirle de dónde es -la mayoría de gente suele ubicar nuestros países o al menos les suenan-, le dice “me, Argentina”, tocándose el pecho con la mano abierta. El camionero interpretó que ese era su nombre, y después de tocar su propio pecho y luego hacer el gesto 💪🏽, dijo “Tim”, con seguridad, firmeza y una carcajada grupal al final. Además yo no podía parar de reír con la confusión y la idea de que en adelante nuestro amigo Tim llamaría Argentina a Chipi, aunque eso no se dio porque evidentemente olvidó la palabra el segundo después de escucharla. También hubo momentos en los que pensamos que tendríamos que bajarnos a empujar, ya que el camión, cargado hasta los topes de servilletas, parecía que no avanzara en los tramos con más pendiente sumados a los grandes agujeros que hacían que Tim tuviese que parar y afinar las maniobras constantemente. En la cima de la montaña paramos a comer y disfrutar de las impresionantes vistas. Tim no dejó que pagáramos, insistió en invitarnos pero por suerte nos dejó escoger un arroz frito que llevaba carne pero poca en comparación con lo que él comía: una pata de vaca, literal, que primero descarnaba con ayuda de un cuchillo pero acabó de rebañarla a mordiscos. Su compañera después nos ofreció mango verde con polvos picantes, a mí es algo que me gusta mucho y me recuerda al tiempo que viví en México porque allí la fruta poco madura también se aliña así, a Chipi no le convenció y sigue siendo un fundamentalista del mango maduro, dulce y jugoso. Después de la comida llegó la AVENTURA en mayúsculas, ya que empezaba el descenso y la carretera, que había alternado trozos asfaltados con algunos de tierra, se convirtió por un tramo en una playa. Sí sí, tal cual, arena fina y muuucha cantidad. Nosotres fuimos afortunades que teníamos que descender, pero los camiones que subían en ese tramo no les quedaba otra que ser remolcados por una pala mecánica. Ahí os dejamos el video porque esto más que leerlo hay que verlo:




Cerca ya de nuestro destino, Tim nos decía constantemente algo así como beerlao, la compañera le decía que no y se reía, y nosotres dedujimos que quería parar a tomarse una cerveza (aquí la marca más conocida es Beer Lao). Tampoco nos convencía la idea por varias razones, pero no podíamos negarnos en rotundo después de tanta amabilidad por su parte. Finalmente paró, después de señalarnos lo que parecía un bar debajo de un puente y frente a un río. Bueno, tomamos algo con él y listo -nos dijimos-. Cuál fue nuestra sorpresa cuando Tim lo que hizo fue comprar una bolsita de pienso para animales y fuimos a lanzar las pequeñas bolitas al agua, para ver cómo cientos de peces salpicaban en la contienda para hacerse con las bolitas. Un divertido espectáculo que además nos enterneció por ver a Tim emocionado por nuestra diversión, nosotres, tan prejuiciosos que creíamos que quería emborracharse… 




Después de eso compartimos pocos quilómetros más y llegamos a nuestro destino, aunque la simpática pareja nos sugirió que siguiéramos el viaje con ellos hasta la capital, pero tuvimos que rechazar la oferta. En Vang Vieng nos esperaban unos días de naturaleza, relax y el reencuentro con otra entrañable pareja: los Vikingos. Thijs y Sofia habían estado buscando un buen lugar donde acampar y compartir con nosotres, y el lugar era ideal. Un recinto con bungalós bastante más caros que lo que nuestro presupuesto nos permite pero con un espacio en la parte de atrás ideal para montar nuestro pequeño campamento. Allí podíamos hacer una hoguera cada noche y durante el día ir de excursión a visitar los bonitos atractivos naturales de la zona: montañas, cuevas, piscinas naturales,… así transcurrieron unos días hasta que se nos unió otra bonita pareja que conocimos en Tailandia, los vascos Katta e Íñigo, que son ciclo-viajeros y escaladores, junto con Florence, una chica Belga que conocieron en la ruta. Disfrutamos de unos días más de risas, charlas y anécdotas viajeras, y después de una semana nos despedimos del mágico lugar y las bonitas personas con quienes lo compartimos.


 


Con Katta, Flor e Iñi. Buen camino y hasta pronto!



Pequeña piscina natural al lado de una impresionante cueva.


Hoguera como ritual nocturno en Vang Vieng.



Bebota que casi meto en la mochila el último día.



       Mami Lucky y su bebé Patty.



Honey, un amor durante el día y gruñón por la noche, no sé si por vigilante o para que lo dejaran dormir tranquilo…



Chipi disfrutando de las increíbles vistas después de un trekking a la cima de una de las montañas.



    Las vistas…


  Amiguito que encontramos en la bajada.


Seguimos la ruta hacia Vientiane, la capital de Laos, una ciudad en la que sólo hicimos noche porque decidimos que no necesitábamos nada de lo que la urbe nos podía aportar, y lo que sí teníamos claro es que queríamos seguir disfrutando del Laos rural con sus paisajes que quitan el aliento. Y así fue como volvimos a sacar a pasear el dedo para salir de Vientián y llegar a nuestro siguiente destino: Thakhek. Aunque, como ya os imaginaréis los que nos seguís habitualmente, las grandes historias que trazaron esa ruta las escribimos en la carretera hacia allí y no en el lugar en sí. Porque si algo estoy aprendiendo en este viaje gracias a mi gran compañero de aventuras es que viajar a dedo es mucho más que ir del punto A al punto B, es llenar de contenido, aprendizaje e historias inspiradoras cada quilómetro recorrido y compartido con gente tan diferente y a la vez tan parecida a nosotres. Rompemos prejuicios, barreras mentales y fronteras físicas con cada sonrisa, cada comida o cada botella de agua que nos ofrecen las bellas personas que nos ayudan a seguir avanzando en este indescriptible viaje interior… Gracias por viajar conmigo un día más, familia. 


Haciendo dedo, qué aventura nos esperará próximamente…?



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