#17 Tailandia - Pai

Después de llegar a Chiang Mai, decidimos hacer noche allí y al día siguiente emprender ruta hacia Pai, ya que necesitábamos unos días de descanso alejados de grandes ciudades y movimiento. La ciudad la visitaríamos a la vuelta y con las pilas cargadas. En teoría la única manera para llegar a Pai, un pueblecito en la montaña, era en minibus. No obstante, quien nos lo dijo no contemplaba la opción más divertida y enriquecedora: el dedo. Y sí, llegamos al pueblecito después de conocer a varias personas locales y sus vehículos. El primero fue Peter (nombre adaptado para occidente como hacen algunos asiáticos que han viajado para facilitarnos la vida) y su familia. Peter, ingeniero industrial reconvertido en hombre de negocios, ahora es dueño de una empresa de noodles instantáneos que exporta a Papúa Nueva Guinea. Con un inglés fluido gracias a que de joven viajó por toda Europa (y ser de familia adinerada creemos) nos pudo dar una lección de historia de Tailandia. Resulta que este bonito país se liberó de ser invadido por los colonizadores europeos gracias a que el rey de la época, que se esforzó por aprender inglés tal y como hizo nuestro amigo unos siglos después, hizo buenas migas con las monarquías coloniales. 

También nos puso al día de cómo la mayoría del pueblo hoy en día no simpatiza mucho con el actual rey, ya que tiene fama de ser corrupto, mujeriego (tiene más de 20 concubinas) y mala persona. A mí esto me resuena, no sólo porque me hace pensar en los Borbones, sino también porque vengo viendo por todo el país grandes y ostentosos monumentos con fotos del susodicho monarca tailandés, a veces en contraste directo con su gente pasando hambre y penurias. Recuerdo una calle principal en Bangkok repleta de estos retratos a un lado mientras al otro se amontonaban personas para dormir. Para una republicana toda monarquía será siempre cuestionable -y abolible a poder ser-.

        Retratos del rey en las carreteras 


En fin, después de intercambiar noodles y contacto telefónico con Peter seguimos haciendo dedo, esta vez paró una amable mujer que iba a visitar a su tía en un pueblo dirección a Pai. Perfecto. Una vez en casa de su tía toda la familia salió con curiosidad a ver cómo dos extraños hippies paraban coches para seguir hacia su destino. No tardaron ni 5 minutos en recogernos dos simpáticos hermanos que iban rumbo a Pai sin escalas. La familia de la anterior conductora vitoreó cual equipo de cheerleaders cuando nos subimos a la camioneta. 

   Con los hermanos a nuestra llegada a Pai

Y ahí empezó una divertida travesía, no sólo por las conversaciones con los hermanos sino también porque la carretera era cuesta arriba y con, nada más y nada menos, que 762 curvas. No apta para personas que se marean, de hecho por toda la ruta íbamos viendo coches parados con algún tripulante descomiendo e incluso carteles para saber dónde parar a hacerlo. 
 

 

No es de extrañar que una vez en Pai, en el mercadillo vendieran incluso imanes y demás recuerdos de la experiencia.

Nosotres por suerte llegamos con el estómago lleno, o vacío pero por las ganas de comer. Nos instalamos en lo que iba a ser nuestro hogar los próximos días, una cabañita de chapa en una especie de camping con buena atmósfera, y nos fuimos a explorar. 

        Visita de la gatita que nos robó el corazón 

Una vez en el pueblo vimos que es un lugar con encanto pero masificado de turismo, alquilamos una moto y cenamos en el night market, repleto de puestecitos de comida donde ir picando delicias tailandesas y otras mucho más internacionales. Los próximos días, como ya habíamos planeado, fueron para descansar, relajarnos, meditar y hacer yoga. Pero sobre todo para lo que sirvió este parón fue para reconectar con la naturaleza, ya sea haciendo amigos felinos en el camping o bañándonos en el río observando insectos (y una serpiente bastante grande que se nos cruzó tranquilamente mientras caminábamos por el bosque). 

Ella indignada con su innecesario pijama (humanos, no lo entenderías…)

 Otro ser hermoso que nos divirtió una mañana

En el río, sentada en una piedra notando el agua correr y con dos libélulas posadas en mi rodilla tomaba consciencia de cuán conectada estoy con eso y lo bien que me siento en contextos así en contraste con las ruidosas y cimentadas ciudades. Además de este río también visitamos una bonita cascada en la que no nos bañamos porque estaba muy fría y ya se iba el sol pero pasamos un rato disfrutando del lugar. 

Ese día, al atardecer, visitamos el Buda Blanco, un monumento al cual se accede subiendo 353 escalones (que intentamos contar pero nos cansamos a la mitad, así que nos fiamos del dato) y desde el que disfrutamos de maravillosas vistas y la puesta de sol. Y también el desagradable ruido de un drone sobrevolando nuestras cabezas constantemente, sí, parece que aquí también están de moda especialmente para grabar atardeceres y quitarle algo de mística al escenario con su ruido de avispa asiática enfurecida. 

Los 353 escalones bajo un manto de rayos de sol

  Chipi prendiendo inciensos a los pies de Buda

Otro día visitamos unas aguas termales naturales de las que costaba mucho salir por lo calentita que estaba el agua y vimos la puesta de sol en el Cañón de Pai, otro lugar turístico pero con encanto -y con drone-. 








Después de esos días de cierta quietud, de recargar pilas y renacer, volvimos hacia Chiang Mai igual que subimos. Primero una maja mujer que nos invitó a ir en la parte trasera de su camioneta (pero esta con todos los lujos, techo y ventanas para no sufrir el viento ni el sol). 


La buena mujer nos dejó en una estación de servicio y poco después nos levantó un chico original de Myanmar pero que hace tiempo vive en Tailandia. Él fue el encargado de acercarnos hasta el destino final, y yo disfruté de uno de mis mejores viajes a dedo ya que el chico acababa de recoger un cahorrito de la carretera y lo llevé dormido en mi regazo todo el camino. Era un bebote con más pulgas de las que he visto nunca en un animal, pero sólo compartimos amor y mimos, las pulgas se las quedó todas él… Al llegar a Chiang Mai me despedí del pequeñín y su salvador, que nos confirmó que se lo iba a quedar y que ya tenía 4 perros -así que sabrá lidiar con las pulgas, pensé- y nos fuimos al hostel a preparar la siguiente aventura, pero esta os la explicará Chipi en la próxima entrada. Namaste.

Comentarios

  1. Aquesta etapa ha estat sense ensurts, petonets

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    1. Només les puces del cadell 🤭 petonets

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