#13 Tailandia - Sadao, Krabi y Phuket
Un DIY (háztelo tú mismo) en versión comida a domicilio, como IKEA pero con noodles en vez de tornillos.
El resultado, mucho mejor al gusto que a la vista…
En esos días también descubrimos el cambio cultural en cuanto a las religiones y estilo de vida, ya que aquí vemos muchos menos velos islámicos y hay más vida nocturna. También pudimos percibir algo que sabíamos nos costaría asimilar: la prostitución es legal y se ven muchos hombres (viejos y occidentales) acompañados de hegemónicas jóvenes asiáticas. El segundo día, de hecho, descargó en el hotel un autobús de mujeres transexuales bastante histriónicas (aunque sea por cumplir con el mandato patriarcal y reivindicar exageradamente su feminidad para ser aceptadas) que a juzgar por su aspecto también se dedicaban a lo mismo. En fin, Tailandia empezaba pisando fuerte y no nos iba a dejar indiferentes.
Después del descanso salimos hacia Krabi, destino bastante turístico pero que esperábamos nos ofreciera lo que andábamos buscando: playas tranquilas y relax después de tanta metrópolis malaya. Empezamos el viaje a dedo utilizando un cartel que nos hizo la recepcionista del hotel, en el que se lee “puedo venir contigo?”, ya que aquí, como en Malasia, los locales no están demasiado familiarizados con el concepto de autostop.
La bonita escritura tailandesa que nos hizo la recepcionista.
Estrenando el cartel
Quien nos llevó fue un camionero muy simpático que no hablaba ni una palabra de inglés, casi ni nos entendía cuándo le decíamos “stop” y cuando le preguntábamos el destino nos hablaba en tailandés largo y tendido, así que optamos por sonreír y confiar. Eso sí, para explicarnos que no podía pasar por según qué núcleos urbanos con el camión hacía el gesto de que le ponían unas esposas, y eso sí que lo entendimos… después de ese camión, pedir ayuda a un policia para llamar a un taxi -porque si no perdíamos el bus- y un minibús, llegamos a Krabi bajo una lluvia intensa. Cenamos, vimos que ese lugar no nos podía ofrecer más que juerga y occidentalidad y planificamos la huída. Al día siguiente alquilamos una moto y nos fuimos les dos más las enormes mochilas a unas playas situadas a 30km que prometían ser tranquilas. Suerte que Chipi es hábil con la moto porque su mochila de 60 litros iba delante -donde se ponen los pies en una scooter-, la otra al pecho, la mía de 50 litros a mi espalda y la pequeña bajo el asiento. Cuando aceleraba, si no me agarraba fuerte, me iba de espaldas. Pero llegamos, sanes y salves, y el lugar resultó ser lo que prometía. Allí pasamos 3 días disfrutando de arena blanca, aguas cristalinas y tranquilidad.
Puesta de sol y malabares
Comimos cada día en el humilde puestecito de una mujer de rasgos suaves y mirada maternal que nos preparaba delicias a precios mucho más económicos que en los restaurantes que la rodeaban. Allí, con la mejor cocinera de la zona, probamos el que es uno de nuestros platos tailandeses preferidos: la ensalada de papaya, dulce y picante, deliciosa. Al tercer día volvimos al centro de Krabi para devolver la moto y nos dispusimos a probar suerte en la ruta para llegar a Phuket a dedo. Dicho y hecho. No esperamos más de 5 minutos en los 3 puntos donde hicimos “escala” y fue, como siempre, un camino de aprendizaje, agradecimiento y expansión. Los primeros en parar, un matrimonio muy divertido al que le entró la risa tonta con una broma que nos hizo él: nos sugirió dejarnos en un buen lugar de la ruta para seguir probando suerte pero si no, delante había una comisaría y siempre podíamos pedirle a un agente que nos llevara a Phuket en su coche patrulla. ¿Sabéis esas personas que a medida que explican el chiste ya se van riendo y te acaban contagiando aunque el chiste no valga nada? Pues tal cual. Le hizo tanta gracia que no podía parar y cuánto más nos reíamos más se reían ellos. Viaje corto pero divertido. Nos dejaron en el punto estratégico/chistoso y tal y como sacamos el cartel frenó un coche con 3 mujeres (madre, tía/hermana e hija/sobrina) que pararon porqué la mamá dijo que aunque casi no hablaban inglés era amable ayudarnos. La tercera que nos levantó fue una mujer que venía de visitar a su mamá hospitalizada en otra ciudad e iba de regreso a Phuket. Con ella aprendimos nuestras primeras palabras en Tailandés, con todes aprendimos lo bonita que es la gente y cuántos miedos se trascienden al confiar e interactuar. La otra cara de la moneda (aunque la excepción que confirma la regla) la vivimos ya en Phuket, donde el anfitrión de CS que se suponía iba a recibirnos dejó de responder, sospechamos que cuando vio que no iba yo sola sino con mi pareja. Es algo que nos pasa a veces cuando nos contactan a través de mi perfil, que aunque dejo claro que viajo con mi compañero e incluso tengo alguna foto de les dos, a veces me ofrecen alojamiento hombres que se echan atrás al decirles que voy acompañada… en fin, encontramos alojamiento barato y ahogamos la frustración jugando con las olas del mar, que en esta costa estaban divertidas (pero no surfeables por lo que Chipi sigue trabajando la espera paciente, todo llegará). También pudimos ver cómo todo estaba encarado al turismo masivo -que todo lo pudre y corrompe pero de lo que tristemente nosotres también somos parte- con restaurantes que servían platos suizos, suecos o rusos y dónde, como podéis observar en el siguiente video, los locales se juegan la vida para dar paseos con paracaídas arrastrados por lanchas motoras a los turistas.
Los 2 turistas con sus arneses y el chico local subido sobre las cuerdas sin arnés ni más sujeción que sus manos -y su gran habilidad-.
El tercer día nos fuimos de allí rumbo a Koh Tao, una isla donde nos enfrentaríamos a la contradicción de si meternos de lleno en la vorágine turista haciendo un curso de buceo o si seguir fieles a nuestros principios… pero para eso tendréis que esperar al siguiente relato. Khob khun ka 🙏🏾
Molt bé, que segueixi tot tant divertit.
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