#05 Malasia - Pulau Tioman


Pulau Tioman


Después de pasar la noche en Mersing nos levantamos temprano y fuimos rumbo al ferry. Una vez en él y después de intentar tomar un mate que no pudo ser porque el agua estaba fría, Chipi decidió entretenerme a mí y resto de pasajerxs de una manera que lxs que mejor lo conocen seguro han disfrutado alguna vez: cantando canciones de las cuales no se sabe la letra e inventa sobre la marcha. Esta vez la track list fue desde la pegadiza canción de la marca de café argentino “Cabrales” (que en España, por cierto, es un queso con un olor intenso) hasta un clásico de los clásicos “Bohemian Rhapsody” con un dudoso inglés pero mucho más divertida que la original -perdóname Freddy-. Después de unas 2 horas de trayecto llegamos a la isla. Nada más desembarcar y empezar a andar nos abordaron varios locales ofreciendo servicio de taxi, pero decidimos andar y explorar opciones. Vimos que el transporte isleño por excelencia era la moto, familias enteras subidas en scooters. Lo de familias enteras no es una exageración, es muy normal ver 4 y hasta 5 personas: papá conduce y lleva un niño delante, mamá lleva al bebé o más pequeño en brazos y detrás de ella va otro más. Con estas primeras observaciones fuimos avanzando por una de las calles y decidimos que mientras Chipi iba en busca de información yo me quedaba con las pesadas mochilas en un lugar. Ahí apareció una de esas personas con las que te cruzas brevemente en el viaje pero te deja una dosis de buena vibra: Dina. Una chica malaya que ha viajado bastante y tenía ganas de conocernos. Hablamos un poco y se ofreció a acompañarnos al camping que queríamos tantear. Acabó ayudándonos a negociar la estancia y el precio con la dueña -otra perla de la que hablaré más adelante- y nos prestó su camping gas para que pudiéramos cocinarnos esos días. El destino quiso que no nos cruzáramos más con ella pero le dejamos una nota de agradecimiento y nuestro teléfono dentro del hornillo que, si decide ir a buscarlo, esperamos que lea y nos contacte. Después de instalarnos buscando una zona protegida de las posibles lluvias (todavía no habíamos comprobado la fiabilidad de la tienda en circunstancias meteorológicas comprometidas) fuimos a explorar un poco y nos dio muy buenas sensaciones: playas hermosas y mucha, mucha selva (el 99% de la superficie, ni más ni menos).



Vimos un grupo de monos con los que entablamos un diálogo divertido, lagartos de gran tamaño y hormigas rojas enormes que mordían más fuerte que las de Johor Bahru. En el paseo conocimos a Lis, una chica alemana que habla castellano -con acento argentino- con la que conectamos. De vuelta al camping nos hicimos la cena, comprobamos la gran hospitalidad y amabilidad de los dueños, y nos fuimos a dormir. 


Esa noche no llovió y dormimos bastante bien. Por la mañana pude hacer yoga y darme un baño en las aguas cristalinas antes de desayunar. Ese día dimos un corto paseo por una zona de selva hasta una playa cercana donde vivían muchos cangrejos ermitaños -mucho más grandes que los del mediterráneo- y pudimos ver de cerca los famosos murciélagos de la isla. Como os podéis imaginar a juzgar por el tamaño ya descrito de hormigas, lagartos y cangrejos, estos pequeños vampiros no iban a desentonar. Murciélagos del tamaño de un gato llamados flying fox -zorro volador-, que son una especie protegida. Estos “pequeños” mamíferos son la especie de murciélago más grande del mundo, tienen una envergadura de alas de hasta 1 metro y medio, pudiendo llegar a pesar más de 1kg. De día, grandes aglomeraciones de estos simpáticos animales duermen colgados de los árboles y al atardecer empiezan a sobrevolar la isla. Es bastante impactante verlos. A diferencia de otras especies que son nocturnas y se orientan por ultrasonidos, éstos son crepusculares y se guían por la vista, pero no comen insectos sino fruta y flores. ¡Unos isleños muy interesantes!


Murciélagos descansando en su árbol preferido 



Nuestro tercer día en Tioman fuimos con Lis y un amigo suyo norteamericano a hacer un trekking. La idea era cruzar la isla de oeste a este -de Tekek, donde dormíamos, a Juara- subiendo hasta la parte más alta y descendiendo hacia el otro lado. A mitad de camino se encontraba una bonita cascada y piscina natural como recompensa por la caminata. Éramos lxs únicxs valientes que ese día la hicimos caminando, nos adelantaban lugareños en sus pickups llevando turistas en los cajones. Ascendimos aproximadamente dos kilómetros con un desnivel de 45 grados, ¡la carretera tenía dibujos en forma de triángulo para evitar que los coches resbalaran y los locales no circulan por ella en la época de monzones por su peligrosidad! La cascada fue la promesa soñada después del esfuerzo, bonita y refrescante. Además los monos de la zona se acercaron a curiosear haciendo ese rato aún más divertido. Pero corto. A los minutos llegó un taxi-pickup con un grupo de turistas ruidosos que acabaron con la paz y los monos fueron los primeros en huir asustados, nosotrxs hicimos igual minutos más tarde. 


Seguimos rumbo a Juara, encontramos alguna huerta (no muchas porque parece que los monos se comen los frutos antes de poder cosecharlos) y una granja con pavos, vacas y cabras simpáticas. Una vez en el pueblo comimos en un restaurante a orillas del mar cuyos trabajadores levantaron ampollas en nuestra sensibilidad ya que era un matrimonio muy mayor que hacía años merecía la jubilación. Les dejamos algo de propina con la ingenua idea de ayudarles a dejar de trabajar pronto -¿o para resarcirnos por ser lxs causantes del problema?- y seguimos. Nos dimos un baño en una playa con más olas que al otro lado de la isla, nos echamos una siesta bajo una palmera y volvimos “a casa” en pickup. Al llegar al camping la misión fue cambiar la tienda de sitio, no había llovido ninguna noche y podíamos ponernos más cerca del mar. Esa noche empezó lo que iba a ser una constante el resto de días y noches: tormentas tropicales que auguraban los monzones que están por llegar a Malasia. Los lugareños insistían en que esto aún no es el monzón, pero nosotrxs estamos convencidxs que están de pretemporada. Eso sí, la tienda aguanta y nos levantamos secos cada mañana.


         Después de la noche de tormenta…


Los próximos días fueron de compartir con la familia del camping. Nuestras rutinas se alternaban entre descansar y labores de supervivencia como intentar secar (inútilmente, porque incluso cuando no llovía la cantidad de humedad en el ambiente no lo permitía) todo lo que sí se mojaba fuera de la tienda o la ropa que lavábamos a mano. Como curiosidad, nos explicaron que cuando llega el monzón -unos 2 meses al año en esta zona- la isla “se cierra”, deja de haber ferrys y los habitantes dejan de recibir comida y otros básicos así que preparan sus despensas para ese tiempo que vendría a ser como su invierno. 


Para acabar, os cuento un poco sobre la bonita familia del camping, compuesta por el matrimonio mayor -Ni y Sale-. Ella es la que gestiona el camping, no se le pasa nada por alto, es atenta y servicial y habla con los pájaros y los gatos -lxs que me conocen saben que por eso conecté mucho con ella-. Sale tiene un puestecito de comida a unos metros de allí, donde comimos dos platos que están muy altos en nuestro ranking de comidas del viaje. Ellxs, junto a su hija Daia y su nieto Takif (un peque de 2 años y medio con el que jugamos bastante) son todo lo que te quieres encontrar cuando viajas, puro amor, y esos días nos hicieron sentir parte de la familia. Gracias vida y gracias camino por tanta expansión. 


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